Sí, claro, estás caliente. Y no podés creer cómo fue que pasó que se toma como hecho inevitable que, otra vez, vas a terminar votando a (y hasta juntando votos por) una persona que reivindica cada vez que puede y hasta milita obstinadamente en contra de la posición de su partido.

Sí, claro, estás caliente. Y no podés creer cómo fue que pasó que se toma como hecho inevitable que, otra vez, vas a terminar votando a (y hasta juntando votos por) una persona que reivindica cada vez que puede y hasta milita obstinadamente en contra de la posición de su partido. Si ya no entendías cómo llegamos al punto en que se considere natural que aparezca siempre algún “diputado disidente” que por h o por b no tiene ningún prurito en marcar perfil y quebrar la disciplina partidaria, lo de Tabaré parece un exceso. Pero ¿de qué tipo de exceso estamos hablando? ¿Es Tabaré el que se excede? Al fin y al cabo, todos sabemos lo que piensa Tabaré. Él siempre marcó su posición contraria a la legalización del aborto. Y su práctica, como la de todo militante convencido, ha sido consistente con su prédica. No debemos entonces buscar el exceso en su coherencia. Más bien lo que resulta un exceso es la asimetría de poder entre su sola voluntad y la voluntad del colectivo. Y tal asimetría genera impunidad. Tabaré se siente impune, y en cierta medida todos sabemos que es impune, ya que se ha instalado el sentido común de su inevitabilidad.

El exceso entonces se alimenta de un sentido común construido en estos últimos años por un conjunto de actores políticos que ven en Tabaré un candidato inevitable para que el FA retenga el gobierno. Seamos claros: esos actores políticos, los sectores con mayor peso electoral de la izquierda uruguaya, respaldados en el saber experto de un ejército de encuestólogos y analistas mediáticos (verdaderos obreros de la construcción del sentido común), han hecho poco y nada por evitar lo inevitable. ¿Son entonces los dirigentes los que se exceden con su persistente pasividad? ¿Puede decirse que el exceso radica en su extrema aversión al riesgo? Pero ¿cuán racional sería pedirle a los dirigentes frenteamplistas que buscaran una alternativa? ¿No es acaso su trabajo ganar elecciones para seguir administrando la cosa pública en busca de una “mejor calidad de vida para nuestra gente”? ¿No esperamos de ellos que hagan lo que tienen que hacer, o sea, correr el menor riesgo posible y asegurar la victoria? ¿Dónde está el exceso entonces?

La realidad es que el FA con este tipo de actitudes corre el riesgo de convertirse en un partido tradicional, en el cual elencos dirigentes que hacen de la política su medio de vida dependen, para su sobrevivencia, de fuertes liderazgos carismáticos. Sin duda que la mera existencia de esta dependencia entre caudillos y políticos profesionales debilitan las construcciones partidarias como proyectos colectivos democráticos. Esos proyectos colectivos pueden ser más o menos de izquierda, más o menos de derecha, pero en general están siempre dominados por élites de políticos profesionales y líderes caudillos. Las élites políticas buscan llevar a la práctica el programa del partido (el proyecto colectivo), pero además buscan sobrevivir como especie, porque naturalmente piensan que la continuidad del proyecto depende de su sobrevivencia. Así ha funcionado nuestra tan adulada democracia, y así funcionan la mayoría de las democracias del mundo (hoy en grave crisis de legitimidad).

Recapitulemos: Tabaré actúa del modo en que actúa porque es impune, y su impunidad deriva de su inevitabilidad como candidato, que se ha vuelto sentido común. Nuestros dirigentes han colaborado activamente con la construcción de ese sentido común, porque de ese modo corren menos riesgos. Hacen su trabajo, que consiste en 1) desarrollar lo más que se pueda el programa y 2) seguir gobernando. Sería ingenuo (y hasta hipócrita) esperar de nuestros dirigentes otra cosa cuando no tienen incentivos para correr riesgos mayores. Así funcionan las democracias.

¿Dónde está el exceso entonces? El exceso está en nosotros, y es un exceso de delegación de poder. El exceso es la naturalización de una forma de democracia delegativa que confiere a los políticos el monopolio de la política. El exceso es la falta de acción necesaria para romper el sentido común vigente y sustituirlo por un nuevo relato, un nuevo sentido común según el cual en una democracia avanzada los ciudadanos debemos involucrarnos en política para que los dirigentes se vean forzados a priorizar rumbos colectivos aun poniendo en riesgo sus intereses como dirigentes.

La tarea no es sencilla. Nosotros mismos, el Ir, un pequeño grupo con muchas ganas y muy poco poder, somos conscientes de esta realidad, y por eso haremos campaña por el compañero Tabaré si la fuerza política considera que es lo más adecuado. Muchos de nosotros lo haremos con gusto y convencidos. Otros lo haremos resignados, conscientes de que “las condiciones no están dadas”. Pero todos, al menos, reconocemos que algo no anda bien. Así que no te olvides: Tabaré sos vos.

 

 

Ir.