Los mártires que son futuro

Con ese asesinato, el horror empezó a ser una posibilidad para aquellos estudiantes que, en medio de un gobierno democráticamente electo, reclamaban al Presidente Pacheco Areco que dejara de cortar la piola siempre por el lado más fino. La década del 60 en Uruguay supuso el fin de una época de abundancia, que no pudo contemplar las necesidades que las décadas anteriores habían generado. Por ejemplo, miles de estudiantes venían de familias trabajadores que no habían alcanzado, ni cerca, el nivel educativo al que aspiraban sus hijos.

1968 implicó, entre muchas cosas que golpearon al movimiento popular, la violación de la autonomía universitaria que fuera conquistada una década atrás. El presidente colorado Jorge Pacheco Areco realizó allanamientos a locales universitarios sin la orden de un juez ni la presencia de las autoridades de la universidad. A su vez, cursó un pedido al parlamento para destituir a todos los integrantes del Consejo Directivo Central.

El Poder Ejecutivo dictó, ademas, medidas prontas de seguridad, que permiten dejar en suspenso derechos individuales por cuestiones de seguridad. En ese convulsionado contexto, salió Liber a defender a la Universidad el 13 de agosto, en el marco de una alianza entre obreros y estudiantes que hacía de todas las luchas un gran puño único.

A Liber Arce lo mató un policía de un balazo. Policía que dependía del Poder Ejecutivo, obviamente. Fue baleado el 13, y el 14 se murió en el Hospital de Clínicas. La rabia no nos puede hacer olvidar de una cosa sustancial: la generación de Liber y los estudiantes asesinados después, como Susana Pintos y Hugo de los Santos, además de resistir, soñó con un mundo distinto. Querían cambiar el mundo e insistían empecinadamente en que ese cambio estaba a la vuelta de la esquina. Soñaban el futuro, lo defendían, lo construían. Lo militaban.

Acordarse de esa dimensión de futuro es un imperativo de cualquier militante de izquierda. Si no, su muerte habrá sido en vano. Por eso es maravilloso que quienes hoy son estudiantes hayan resuelto que en la marcha de los mártires estudiantiles, primero que nada, se defienda el futuro. Lindo que la memoria, lejos de ser nostalgia, sea recuerdo que produce. Defender el futuro hoy, es, antes que nada, decirle NOALABAJA de la edad de imputabilidad. No puede haber nadie que ponga esa papeleta en octubre. No puede haber nadie que, aun sin saberlo y de buena fe, termine reprimiendo y temiendo a aquello que sí asusta, solo porque es futuro pasible de ser liberador. Ayer eran los subversivos, hoy son los menores a secas. De vuelta, aquello que nos puede permitir cambiar el mundo es puesto en la mira por aquellos que quieren que todo siga igual. Tiene sentido.

El futuro, además de defenderse, se construye. Sigue siendo tan importante como en los sesenta, y antes y después, organizarse. Organizarse para pensar, para discutir, con una premisa: las cosas pueden ser distintas porque el mundo se puede cambiar. El Uruguay está cambiando. No hay nadie satisfecho aún. Organizarse para multiplicar, para profundizar, para imaginar. Es una necesidad urgente, como siempre. Estamos en un punto crítico (como lo es cada elección desde la de 2004): aseguramos lo conquistado y redoblamos, o retrocedemos. Militar hoy por un nuevo gobierno del FA que le de un 6% a la educación es construir futuro, por ejemplo.

Liber, Hugo y Susana tuvieron coraje para soñar con un futuro distinto. Tuvieron amor, y tuvieron confianza en la gente. ¿Tenemos nosotros, hoy, el coraje suficiente para imaginarnos la mañana siguiente radicalmente distinta a este hoy? Si, radical. De raíz. Sin tenerle miedo a las palabras. Es que cambiar el mundo tiene sentido si el mundo que viene es radicalmente distinto.

La premisa sigue siendo la misma que tiene la izquierda desde hace siglos. Generar una sociedad en que los seres humanos puedan realizarse, incorporando la dimensión colectiva. Dimensión colectiva que fundamenta el hablar de convivencia en lugar de inseguridad. Dimensión colectiva que es la base para hablar de todas las formas de violencia (como la violencia doméstica), y no sólo a aquellas que atentan contra la propiedad privada. Esto no es distinto a hablar de la pública felicidad. Implica saber que la felicidad es colectiva, también, para ser individual. Y viceversa. Por eso, de vuelta, a quienes proponen represión, les decimos convivencia.

Liber Arce y todos los y las mártires estudiantiles son mártires, sí. Pero sobre todo, y cada vez más, son futuro. Cambiar el mundo sigue estando a la vuelta de la esquina. Solo tenemos que tener la responsabilidad y el coraje necesarios para animarnos a soñar, a construir, a seguir. Sencillamente, a militar el futuro.

Martín Couto.

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